diumenge, 27 de maig del 2012

Aquí teniu petita mostra de textos en castellà:

AMISTAD


Me llamo Etna, y cuando era pequeña mi abuela me contaba cuentos, cuentos que jamás se me olvidarán. Todos trataban de sentimientos, pero hubo uno, que se me quedó marcado: El amor y la amistad, así se titulaba.
Amor iba andando un día por la calle y se encontró con una niñita llamada Amistad. Eran muy parecidos, pero a la vez muy diferentes: Amistad decía “te quiero”, y Amor lo decía también, la diferencia era que cuando lo decía Amistad, su cerebro actuaba y cuando lo decía Amor, era el corazón quien lo hacía. Cuando Amistad se sentía incómoda con alguien, era porque no le caía bien, pero cuando Amor lo decía, era porque esa persona le gustaba de verdad. Amor iba cambiando de ciudades, pero Amistad, siempre estaba en la misma. Fueron pasando los años y Amistad perdió contacto con Amor, hasta que un día se encontraron, hablaron de sentimientos. Amor no se explicaba muy bien, pero Amistad se explicaba de maravilla. Amor se sentía confuso, ya que pensaba que él era el más poderoso, pero en realidad, era el más débil, porque el amor va y viene, pero una amistad siempre aguanta, por más baches que atraviese.


Etna Monturiol Carrasco                    
1 ESO A/ Alfa 1                           
13/03/12



LA FLOR DE NUESTRA SEMILLA


En la madurez de nuestras vidas,
aparecen pequeñas criaturas
que llenan nuestras casas de alegría,
y nos inundan la vida de ternura.

Y así los días van sucediendo,
y nuestros hijos dejan vacíos el nido
para que varios años más tarde
nos los vuelvan a llenar de felicidad.

Ahora ya, más relajados y tranquilos,
con más tiempo libre para disfrutar
pasamos horas y horas sin cesar
admirando sus caritas y sonrisas.

Dejando atrás aquella dura etapa
donde cada día era una lucha,
nos acomodamos viéndoles crecer,
a la vez que los malcriamos y adoramos.

Y vamos viendo el tiempo pasar
a través de sus pequeños ojos
que, a sus pasos agigantados,
van creciendo sin parar.

Sus primeros pasos, sus sonrisas,
su dulzura al despertar,
entrelazando sus manitas,
queriéndote abrazar.

Son fruto de nuestros hijos,
flores de nuestras semillas
que aparecen en los jardines
en tiempos de sequía.

Anna Escrivà Ibáñez
3r ESO
Institut d’Argentona



LLUVIA INTERNA


Dentro de mi cabeza, en mi mente, llueven palabras.
Una lluvia interna, intensa, esa es mi única defensa.
Cojo una de ellas, la descifro, entiendo lo que es, pero me cuesta describirlo.

¿Amor?

Qué difícil se encuentra, hay tanto zapato de cristal y tan poca Cenicienta.
Aunque bueno, eso no es excusa para que en esta poesía difusa, no te haya tenido como musa.
Bien, cojamos otra.

¿Paz?

Con tanta catástrofe y tanta guerra se abre un hueco en mi alma y ya deja de estar en calma.
A ver esta…

¿Volcán?

Dime, ¿tú eres inmune? ¿Recibes insultos con carácter?, yo me he llevado tantos que en mi alma se abrió un cráter.

¿Y esta?

Metal…
De tantas circunstancias paradas, mi corazón se hizo de acero, por tanto tiempo que lleva esperando de tus labios un “te quiero”.

¿Suelo?

Y es que te pienso, y te quiero, y vivo, y me muero y sobrevivo a duras penas sobre el suelo.
Otra acaba de caer.

¿Mentiras?

La hipocresía en los políticos ya es algo normal, nos venden su plan y acaba siendo fantasía.

¿Sentimientos?

Hoy en día lo único que me da alguna alegría es saber que día a día aumenta mi sabiduría.

Christian Martínez Solís
3r ES D


LUCES


Otra vez estaba corriendo. Ya desde pequeña me di cuenta de que uno de mis defectos era la falta de planificación de mi tiempo. ¿Por qué sería tan despistada? De todos modos, no era el momento de ponerme a pensar en ello.
Hacía dos minutos que los altavoces de la estación habían anunciado la partida del tren que debía tomar, así que no podía perder un segundo. Me deslicé rápidamente entre las personas que deambulaban por la galería principal de la estación. En esos momentos no eran más que obstáculos que me separaban del tren que debía coger. En más de una ocasión estuve a punto de arrollar a alguien pero afortunadamente la gente paraba e incluso retrocedía cuando me veían correr a tal velocidad para evitar chocar conmigo, dejando un etéreo pasillo hacia las máquinas donde debía validar el billete.
La estación era realmente bonita. El colosal edificio me hacía sentir como una pequeña mancha dentro de él. Un techo de cristal permitía el paso de intensos rayos de sol al interior de la nave principal. En el centro de la misma había un precioso y cuidado jardín con un pequeño estanque que le otorgaba un toque vívido y pintoresco. Realmente me hubiera gustado sentarme en un banco para contemplar el lugar con calma, observar cómo la gente pasea, intentar adivinar qué apasionante historia se esconde detrás de cada individuo, relajarme y por una vez, aunque fuera solo un rato, no ser yo la que está corriendo, la que tiene que pedirle un favor al tiempo para que se pare unos segundos que me permitan recobrar el aliento…

Cuando por fin subí el tramo final de la escalera y abrí la puerta que me condujo a la azotea no pude más que echarme al suelo para descansar un rato. Jadeaba de puro cansancio y el corazón me latía rápida e intensamente, tanto que no podía escuchar nada de lo que sucedía a mi alrededor. Pequeñas gotas de sudor empezaron a aparecerme en la frente y otra vez rompí a llorar. No podía dejar de pensar en lo que había visto. Me hubiera gustado entender el porqué, qué es lo que hace que la gente se comporte así y cómo alguien puede llegar a ser tan egoísta.

Conseguí reunir fuerzas para levantarme y acercarme a la barandilla desde la que se podía observar mejor la ciudad. Por primera vez en horas, oí algo más que los violentos latidos de mi corazón: el sonido del tráfico. Normalmente ese ruido me ponía de los nervios pero con el cóctel de sentimientos que fluía por mis venas, me pareció un sonido muy relajante y lejano, aunque quizá era porque lo escuchaba desde un octavo piso. Apoyé las manos en la barandilla y flexionando lentamente las rodillas dejé que mi cuerpo se deslizara hasta que me puse de rodillas. Alcé los ojos hacia mi brillante acompañante y nuevamente me levanté, como acercándome a ella, cautivada por su belleza.

Era tan preciosa… tan deslumbrante… tan genial… tan agradable… como él…
La máquina se tragó mi tiquete con glotonería, emitiendo un ruido descarado. Me lo devolvió por la misma ranura por la que había entrado y las puertas automáticas no se abrieron. ¡Mierda! ¡Cuando tienes prisa todo sale del revés!


Lo saqué, le di la vuelta y lo introduje de nuevo. Esta vez el sonido fue diferente. Una luz verde se encendió junto al agujero por el cual salió mi tiquete y las puertas se abrieron.  No perdí ni un instante más. Bajé las escaleras a toda velocidad para comprobar que mi tren aún no había dejado el andén. Qué emoción la mía cuando entré en el vagón más cercano en medio del insoportable pitido que avisaba del cierre automático de las puertas.
Lo había logrado, pese a haber dormido poco más de tres horas y haber salido de casa con un tiempo aparentemente insuficiente como para llegar al tren de las siete, el único de esa línea que circulaba la mañana de ese sábado. Me senté, agotada, en el primer asiento libre que encontré. Supongo que todo el tiempo que había empleado en arreglarme, peinarme y vestirme no sirvió de nada debido a la carrera que me pegué. Sudaba y la velocidad había hecho de mi aseado pelo una densa y negruzca bola que me costó un montón dominar. Una vez el tren inició la marcha cerré los ojos y me puse a pensar. Tenía muchas cosas en las que pensar. Quizás fue por tener demasiadas cosas en la cabeza el motivo por el cual no pude evitar olvidarme de todas y echar una merecida cabezada. 

No pude evitar llamar a Eva, mi mejor amiga, justo al llegar a casa. Se lo expliqué todo al detalle: cómo por casualidad, en un día cualquiera conocí a un chico en la biblioteca que desde el primer momento me pareció fantástico. Le expliqué el elegante gesto que realizó cuando se me cayó el bolígrafo a sus pies, en la mesa de al lado, y se agachó para recogerlo. Cómo, al devolvérmelo, se fijó en mi libro y me comentó que estaba estudiando el mismo curso que yo. Cómo, minutos después, me invitó a un café para tomarnos un pequeño descanso y cómo me explicó con detalle su vida, sus pasiones, sus deseos y planes para el futuro, sus aspiraciones. Me gustó desde el primer momento pero dos horas más tarde, cuando nos echaron del local porque tenían que cerrar y me acompañó hasta mi casa, no tuve más opción que enamorarme de él.

Me desperté por el movimiento de mi vagón al tomar una curva cerrada. Sin abrir los ojos me puse a recordar esos tiernos momentos a su lado. Esos inolvidables momentos que me dejan sin aliento como los estuviera viviendo ahora mismo.

“Sabes que mañana tengo que volver a casa, en Figueres. Esta semana a tu lado ha sido inolvidable. Y por eso no quiero dejarlo correr, no quiero que seas un mero recuerdo. Quiero que seas parte de mí. Quiero seguir viéndote. Seguir queriéndote.”

Nunca podría olvidar esas palabras susurradas tiernamente en mi oído.

Le pedí que se quedara un día más en casa de sus tíos, donde pasaba las vacaciones. Me contestó que de haber podido, ni lo habría dudado. Pero la semana que teníamos de vacaciones había terminado. Tenía que aceptar que el sueño que había estado viviendo los últimos días iba a ser suplantado por una de mis crueles enemigas llamada realidad. No estaba dispuesta a renunciar a él. No iba a dejarlo ir.
Me aferré al brazo que tenía sobre mis hombros y me acerqué a él para depositar un suave beso en sus labios. Le prometí que lo iba a volver a ver.
Pese a la falta de sueño me sentía como una aventurera en plena jungla, muy llena de vida. Me sorprendió la fuerza que me proporcionaron mis sentimientos por él, la fuerza que podía llegar a dar hacer locuras por amor. Después de no haber podido dormir la noche anterior por la emoción que me producía el pensar en que lo iba a volver a ver, me había levantado temprano para coger un tren que tardaría más de una hora en llegar a su destino, una ciudad para mí desconocida, yo sola. Era una cosa que nunca había hecho y que me asustaba un poco. No me creía capaz de ello. Pero no estaba dispuesta a dejar pasar una ocasión de verle, de sorprenderle y de dejar que su sonrisa me cautivara, como aquella primera vez que le vi.

El tren llegó a la estación de Figueres y bajé, dispuesta a encontrar su casa gracias al mapa que traía impreso de casa. Empecé a caminar por una Figueres calmada y acogedora, adentrándome en un barrio residencial que se veía muy cuidado y lujoso.

Cuando le expliqué a mi madre lo que tenía pensado hacer, no le gustó ni un pelo. “¿Cómo vas a darte la paliza de ir hasta allí para pasar unas horas con un chico al que ni siquiera conoces?” Le respondí que eso no era así, que conocía bien a la persona a quien quería y que me derretía de ganas de verle otra vez, de volver a probar sus labios y de sentir el calor de su cuerpo abrazado al mío.
“Hija mía ten cuidado con estos sentimientos porque se pueden volver en tu contra. Lo conoces de hace pocos días, no sabes cómo puede ser y no puedes haberte enamorado de él en tan poco tiempo. No te obsesiones con eso cariño. Además, ¿tienes idea del daño que te pueden hacer las personas que amas? ¿Tienes idea de lo frágil que puede ser el corazón de una mujer?” No me gustó su falta de confianza en mi criterio. ¿Cómo podría saber ella si de verdad le quería o no? ¿Cómo podía desconfiar así de él? Estaba advirtiéndome de que me podría romper el corazón. Yo sabía que no iba a ser así. Siempre tuve muy en cuenta las palabras y los consejos de mi madre, pero en esa ocasión no estaba dispuesta a cambiar de parecer, cogería ese tren e iría hasta la persona a quien amaba.

Cuando insistí por segunda vez en viajar hasta Figueres mi madre aceptó dejarme ir, pero con cierta resignación: “Pero prométeme que tendrás mucho cuidado y que no harás nada de lo que puedas arrepentirte luego, ¿de acuerdo?”

Por fin llegué a la calle donde él vivía. Me situé delante del bloque de pisos donde vivía y me dispuse a llamar a su timbre. Estaba realmente nerviosa y fue entonces cuando me di cuenta de que quizás había hecho una locura. Ni siquiera le había dicho que venía. Cuando hablé con él dos días antes, estuve tentada de avisarle de que le haría una visita sorpresa, pero preferí guardar el secreto para hacer el momento del reencuentro más emocionante. Ni siquiera tenía la seguridad de que ese día estaría en casa. Saqué el teléfono móvil del bolsillo y tecleé su número que, pese a haberlo marcado pocas veces ya sabía de memoria.
Le saludé y al devolverme un sencillo “hola”, noté que su voz sonaba distante, apagada, ausente, como si no le hubiera llamado en un buen momento. Le dije que solo llamaba para ver qué tal estaba y que tenía muchísimas ganas de verle. Mientras hablábamos escuché el sonido de niños jugando y gritando así que le pregunté si estaba en la calle. Me respondió que estaba en un parque cerca de su casa paseando su perro. Ladeé la cabeza buscando ese parque y encontré uno al final de la calle. Algo dentro de mí me dijo que él estaba en ese parque. Quise pensar, fue una especie de conexión entre él y yo, aunque probablemente fueron las incontenibles ganas que tenía de verle y el deseo de que se encontrara allí. 

Acabé la conversación telefónica apresuradamente y me despedí con un “hasta muy pronto” a lo que él contestó “Ojala así sea. Te quiero”. No pude evitar sonreír en aquel momento.  Cuando empecé a caminar hacia el parque casi temblaba de la emoción. Paso a paso me iba acercando a mi destino y en mi mente me imaginaba cómo sería la escena. Estaba segura de que no podría contener las ganas de correr hacia él i lanzarme a sus brazos. Repetí esa escena en mi cabeza decenas de veces mientras me acercaba al parque.
Era un parque bastante pequeño y acogedor. Tenía varios árboles repartidos en parterres que le daban un precioso color verde a la monótona calle. Una plaza redonda en el centro donde los niños jugaban le daba un aire muy familiar al parque. Realmente me gustó que fuera en un lugar como ese el sitio donde nos íbamos a reencontrar. Estaba bastante lleno de gente así que tuve que buscar bastante hasta encontrarle. Mientras, aún desde fuera del parque, me dedicaba a inspeccionar a las personas que se encontraban allí, imaginé otra vez cómo sería la escena romántica que estaba a punto de protagonizar. Estaba disfrutando al máximo esos instantes previos al reencuentro y ni me imaginaba lo geniales que iban a ser los momentos que pasaría junto a él. Realmente, ni me lo imaginaba. Porque cuando por fin distinguí su figura entre la multitud, lo que vi me dejó helada.

“Eva, mañana voy a volver a verle” le solté a mi mejor amiga cuando la vi por el pasillo. Llevaba un montón de libros porque era primera hora del viernes y venía de su taquilla. Extrañada, me preguntó cómo podía ser eso si vivíamos a más de cincuenta kilómetros de distancia. Sonriente le contesté: “No importa, iré en tren a verle. Y si no hubiera iría aunque fuera andando”. Me dijo que estaba loca, que tenía que dejarlo correr. Que con dieciséis años no podía enamorarme de alguien que viviera tan lejos, que no iba a funcionar. Pensé que lo decía por envidia, porque había conocido a un chico genial del que me había enamorado mientras que ella nunca había estado con nadie. No obstante, guardé ese pensamiento porque no quería iniciar una discusión y menos aún herirla. En ese momento sonó el timbre que indicaba el inicio de las clases.

Me empezaron a temblar las piernas debido a lo que mis ojos estaban contemplando. Noté que un escalofrío me recorrió la espalda y me quedé completamente quieta. No sabía cómo reaccionar a lo que estaba viendo. No quería reaccionar a lo que estaba viendo. Tan solo me hubiera gustado que lo que mis ojos me decían fuera una pesadilla.

“Restaurante Travé, dígame”. Estaba dispuesta a invitarle a una cena romántica en uno de los restaurantes más caros de la ciudad. Lo que fuera por tener esos dulces recuerdos a su lado. Por más dinero que costara aquello, los momentos que podría revivir de aquella noche no tendrían precio. “Quisiera reservar una mesa para mañana por la noche, seremos dos personas” 

Algo se rompió dentro de mí cuando le vi abrazado a esa chica igual que me abrazaba a mí, mirándola del mismo modo que me abrazaba a mí y besándola de la apasionada manera como me besaba a mí. Me quedé unos instantes más paralizada, asimilando lo que mis sentidos estaban captando e intentando mantener el equilibrio y no desplomarme.

Era una completa idiota. Había hecho lo que mi madre y mi mejor amiga me habían recomendado no hacer, había confiado más en un chico al que acababa de conocer que en mi propia madre. Me había hecho ilusiones y me había dejado engañar por mis sentimientos. Le había entregado todo mi amor a un chico que me engañó a la primera oportunidad que tuvo, que jugó con mi corazón y no tuvo ningún problema en destrozarlo. Me había comportado de un modo tan estúpido… tan humano…

“Quiero seguir viéndote. Seguir queriéndote”.

¡Mentira! ¡Todo era mentira! Me eché a correr en la dirección por la cual había venido y no paré hasta la estación. Derramé muchas lágrimas durante el camino que iba dejando atrás por la tremenda velocidad que llevaba. El tren no tardó mucho en llegar y el viaje de vuelta se me hizo eterno. No podía parar de pensar en lo que había visto. No me lo quitaba de la cabeza. Y cada vez era peor. Me resulta imposible describir cómo me sentía. Estaba completamente desesperada. Un hombre me preguntó si podía ayudarme al ver mi lamentable estado en aquel vagón de tren. No pude ni contestarle. Simplemente seguí llorando hasta que desistió y volvió a su asiento.
Cuando bajé del tren apenas me podía aguantar de pie. Estaba sucia, cansada, despeinada y tenía una cara horrible. Toda yo ardía por dentro, no tenía ni la menor idea de qué hacer. Salí de la estación y empecé a caminar lentamente sin saber hacia dónde. Otra vez volví a recordar lo que debería haber sido un tierno reencuentro pero que se convirtió en una puñalada trapera por parte de quien amaba. Estuve deambulando sin rumbo durante horas por la ciudad, pensando en todo y a la vez en nada. Paré varias veces a descansar unos minutos, solo para volver a acordarme de lo que había pasado y volver a levantarme para seguir mi triste paseo. De repente me di cuenta de que se estaba haciendo de noche. Una chispa de lucidez despertó en mí y me dijo que debería volver a casa. En ese momento me di cuenta de que estaba muy lejos de mi barrio y que además no había comido nada desde hacía más de ocho horas. Aunque no me importaba. No me importaba nada.



Llegué a mi bloque sobre las diez de la noche. Comencé a subir las escaleras lentamente ya que vivía en el primero pero mis piernas no se detuvieron al llegar a la puerta de mi piso. En su lugar, aceleraron el ritmo y empezaron a llevarme cada vez más arriba. Segundo piso… tercero… cuarto…
Cuando por fin subí el tramo final de la escalera y abrí la puerta que me condujo a la azotea no pude más que echarme al suelo para descansar un rato. Jadeaba de puro cansancio y el corazón me latía rápida e intensamente, tanto que no podía escuchar nada de lo que sucedía a mi alrededor. Pequeñas gotas de sudor empezaron a aparecerme en la frente y otra vez rompí a llorar. No podía dejar de pensar en lo que había visto. Me hubiera gustado entender el porqué, qué es lo que hace que la gente se comporte así y cómo alguien puede llegar a ser tan egoísta.

Levanté la cabeza anegada de sudor y lágrimas para contemplar el paisaje que me rodeaba. Las mágicas luces de la ciudad a mis pies en mitad de la noche me situaban en una surrealista escena que presidía una brillante luna llena. Al menos a ella podría explicárselo. Me escucharía sin interrumpirme y no se opondría a que hiciera lo que me proponía.

Conseguí reunir fuerzas para levantarme y acercarme a la barandilla desde la que se podía observar mejor la ciudad. Por primera vez en horas, oí algo más que los violentos latidos de mi corazón: el sonido del tráfico. Normalmente ese ruido me ponía de los nervios pero con el cóctel de sentimientos que fluía por mis venas, me pareció un sonido muy relajante y lejano, aunque quizá era porque lo escuchaba desde un octavo piso. Apoyé las manos en la barandilla y flexionando lentamente las rodillas dejé que mi cuerpo se deslizara hasta que me puse de rodillas. Alcé los ojos hacia mi brillante acompañante y nuevamente me levanté, como acercándome a ella, cautivada por su belleza. Era tan preciosa… tan deslumbrante… tan genial… tan agradable… cómo él…
Quería estar más cerca de ella, abrazarla como me habría gustado abrazarle a él. Perdí el control de mi cuerpo en ese momento, que lentamente levantó una pierna y puso un pie en la barandilla. De repente me encontraba de pie en la barandilla de un octavo, a más de veinticinco metros del suelo, desesperada y llorando, con una tristeza en mi interior que no sabía cómo atenuar. Qué bonitas eran las luces de la ciudad. Qué pequeñas las personas que caminaban por la calle. Qué preciosa la luna, en lo alto, contemplándolo todo con indiferencia. No importaba, todo acabaría muy pronto.
Mi pelo se erizó, como queriendo quedarse arriba. Mi ropa quería seguirlo, ondulaba salvajemente mientras mi cuerpo cogía velocidad. Tenía los brazos abiertos y sentía cómo el aire chocaba contra mí mientras caía. Cerré los ojos porque ya había visto suficiente del mundo que había acabado conmigo. Esperé la inevitable colisión con el suelo. La esperé durante unos instantes que se me hicieron eternos. Pero esta no llegó.
No, no iba a lanzarme. No iba a echar la promesa que era mi vida a perder. No iba a ser tan egoísta como para defraudar así a la gente que quería de verdad. No iba a dejar que un corazón roto por el egoísmo de un desgraciado llevara la tristeza a mi hogar. No iba a hacer pasar por esto a mis padres ni a mis amigos, a la gente que de verdad me quiere. Esta vez, me di cuenta de mi error a tiempo. Casi cometo el error que habría acabado con mi vida. Una vida que, pese a pertenecer a una estúpida como yo, vale la pena. 


MI DORMITORIO


Cuando subes las escaleras, a mano derecha, tenemos una puerta, tan pequeña que ya casi mis dedos no la pueden abrir. Ante mis ojos de muñeca inexpresiva, aparece un escenario de fantasía, de ilusión, que parece ser el decorado de un cuento infantil. Paseo mis zapatitos por la estancia. Este es mi lugar, donde se aposentan mis recuerdos más jóvenes. Las luces están apagadas. Al margen de la puerta hay un colgador de madera, pequeño, que sostiene sin resistirse una cazadora rosada junto con una bufanda a rallas. Mis labios carmines no se despliegan, mas bajo aquellos dientes perfectos, bajo aquella envoltura de plástico manipulado, hay una muchacha que se siente afortunada, que pasea entre su sueño de princesa, que viste un pijama de flores amarillentas. Hay una muchacha que ríe, que pone voz a aquella muñeca, que la peina y le regala vida. Sujetada por aquellos dedos delgados de movimientos precisos y definidos, hay una muñeca que se siente real. Nancy anda en la estancia, y todo lo que ve en aquella habitación de juguete, adopta forma alrededor de la muchacha, a mi alrededor.
Hay una cama con una cabecera de madera bien definida, que parece dibujar una mariposa. La cama está envuelta por un edredón blanco nieve impecable. Nancy tiene sueño y se acomoda en él. Siento el calor y el reposo. Ante la cama hay una estantería también de madera, con libros y trofeos de ballet. El escritorio de vidrio es un tesoro. Hay un ramillete de flores encima de la mesa, que su prometido ha enviado esta mañana para desear un buen día. Qué feliz es cuando hay alguien que piensa en él.
Y los años pasan como horas, y las dos vidas, que en un momento muy tierno aún se confundían, se separan y evolucionan. Nancy vive en el dormitorio perfecto, la muchacha que era, crece. Las luces que antes siempre permanecían cerradas, mirando con atención el espectáculo que se reproduce ante esos ojos pueriles, empiezan a abrirse. Pare ser que el final de la función ha llegado.
Es hora de decidir.

Mireia Oriol Farrés  
4t ESO


Padre, desde que te fuiste…


Padre, desde que te fuiste mi vida cambiaste,
angustia y añoranza fueron lo que tú dejaste,
una familia sola, sin ti y sin tu aliento,
bocanada de vida que al fin se llevó el tiempo.

Padre, desde que te fuiste ya no tengo miedo,
siento algo dentro de mí que me dice que puedo.
Tu viaje despertó en mí un poderoso sentimiento,
fueron ganas de sacar para adelante a los nuestros.

Padre, desde que te fuiste todo es extraño,
algo dejaste en mí, en la palma de la mano,
pena y tristeza, a la vez que alegría.
Descansa en paz Padre en armoniosa lejanía.

Padre, desde que has marchado que te echo de menos,
me has dejado con todo, congelado y bajo cero,
te doy las gracias por cuidarme cuando he crecido,
gracias Padre por estar aquí y por haber existido.


Pau Sánchez Jiménez
2n de Batxillerat A

SENSACIONES


Era durante el frío invierno cuando echaba de menos sus flores primaverales, aquellas que de pequeña la acompañaban en sus juegos en el jardín. Cuando se sentía triste, abrumada o enfadada, siempre salía corriendo por la parte de atrás de la casa e iba a regar sus queridas flores. Les hablaba de su preocupación y, algunas veces, hasta podía observar cómo las plantas se retorcían a modo de respuesta. Estaba orgullosa de sus margaritas que brotaban en las esquinas de la casa y de la lavanda, que crecía a los pies del banco del jardín, que daba un toque perfumado a sus estancias lectoras en aquel pequeño trozo de cielo que tenía.
La primavera en su jardín era algo mágico, tan lleno de colores, de aromas florales mezclados con la brisa matutina y el amargo, pero suave olor de su café de las nueve. Sin embargo, cuando llegaba el otoño, sus queridas flores empezaban a resentirse. Algunas no lo soportaban y morían, otras aguantaban hasta principios de invierno. Ella, sentada en el banco del jardín, con su jersey de lana puesto, se tomaba su café de las nueve, contemplando el vacío nevado que había bajo sus pies, deseando que pasaran los meses rápido hasta la primavera y que, una vez allí, se detuviera el tiempo para siempre.

Clàudia Ríos
1r Batxillerat B


AFLICCIÓN


"-Marina... Ya sabes que la abuela no se encontraba bien estos días y que tuvo que ingresar a un hospital. Se ve que... no ha podido superar la enfermedad y...
A mamá se le llenaron los ojos de lágrimas.
-¿Y...?
-Se ha muerto. "
Nunca hubiera pensado que unas palabras pudieran llegar a hacer tanto daño. Unos simples sonidos que emitían las cuerdas vocales y que podían llegar a hundir la vida de una persona con la misma facilidad como en cuanto sopla la brisa suave del aire llevándose las frágiles hojas. Siempre había oído decir la expresión corazón roto, pero nunca había comprendido su significado. Nunca hasta ahora. Ahora no sólo comprendía aquel sentimiento, sino que además lo experimentaba con exactitud. Era como tener una opresión constante en el pecho, un sentimiento de vacío, y una soledad y tristeza inconmensurables que te hacían vivir una agonía constante.
Todo empezó aquel día.
Me había enojado mucho con mi madre por culpa de un problema ordinario sin importancia, un enfado de los míos que me sucedían cuando todo me iba del revés y el mundo se me venía encima. Me acuerdo que aquel día me había enfadado mucho con ella porque no me había lavado la ropa que necesitaba ese día para al instituto. Mamá y yo nos dijimos unas cosas horribles, que superaban a aquel pequeño incidente, del que yo quise hacer una montaña. Estaba enfadada con ella porque no comprendía mis sentimientos ni mis necesidades, y no se comportaba como la madre que necesitaba para hacer frente a mi vida. Llegué a decirle que lo odiaba, que prefería antes estar muerta y no haber existido nunca, antes que tener que sentir la vergüenza de tener que ser su hija. Llegados a tal punto, que la abuela, mi abuela bondadosa y comprensiva, a la que quería más que a cualquier otra persona en este mundo, me pegó.
Me dio un bofetón en la cara.
Desde aquel día no llegué a tener más contacto con ella, ni siquiera en cuanto me dijeron que estaba ingresada en el hospital, y que quería verme desesperadamente para pedirme disculpas por ese incidente. Yo le di la espalda; le di la espalda cuando más me necesitaba, cuanto sabía que no sobreviviría a su enfermedad y cuando quería decirme un último adiós...
Ni siquiera pude decirle cómo le quería, lo importante que era para mí, ni como me gustaban sus caricias, sus consuelos, su risa cálida, sus extraordinarias historias, su regazo seguro, su voz protectora, sus ojos bondadosos...
Me pasaron por la mente una serie de imágenes y recuerdos de la abuela,  de los momentos que habíamos compartido juntas y que ya nunca más se repetirían.

En concreto me acordé de uno de mi infancia, que tenía que ver con la muerte de mi abuelo.
"-Abuelita... ¿No estás triste por la muerte del abuelo?
-Sí, cielo, sí que lo estoy. Sabes, la última vez que le vi nos dijimos unas cosas terribles, y solo porque no había cumplido con sus tareas domésticas. Me duele saber que lo último que recordó de mí fue aquella discusión sin fundamento...
Pero, ¿sabes? Sé que él sabía que le quería mucho, y que me dolía más que ninguna otra cosa en la vida que se fuera de este mundo, de la misma manera que sabía que también él me amaba. "
Fue en ese instante, cuando me encontraba delante de la tumba de mi querida abuela y lamentando entre lágrimas su muerte, cuando comprendí que demuestras el amor que sientes por alguien estando a su lado y expresándole tu cariño, y que, tratándose de tu familia, por más cosas que pasen, siempre le querrás.
Entonces cuando comprendí que la abuela me amaba, y  ella sabía también que yo la amaría siempre, sucediera lo que sucediera y pasara lo que pasara. Comprendí que de la misma forma que el abuelo sabía que mi abuelita le amaba, ella también sabía que yo la amaría para siempre.
Este hecho me produjo una sonrisa melancólica, dirigida a la tumba de mi abuela y a los narcisos que le había dejado sobre su sepultura.
-Adiós abuelita.

                                                                                                                                   Neus Fernández

SONETO


¡Oh vasta fugitiva codiciosa,
te escapas entre la noche oscura
y al mundo cautivas con tu dulzura
toda vestida de plata preciosa!

Despistas la oscuridad pavorosa
y a sus sombras con tu luz segura,
mas aunque escapes con desenvoltura,
con el alba te escondes, temerosa.

¿Quién puede desentramar tu misterio
si en una noche solo mientes
para no descubrir tu cautiverio?

Presa por astro de rayos ardientes,
¿Y si en una huida está despierto?
¡Oh, luna de plata! No le tientes.

Laura Gállego
1r Batxillerat B



Lágrima a lágrima
van colmando el llanto.
Es el recuerdo
de la resignación, de la impotencia
y del miedo que sentí.
La nostalgia
invade mi corazón.
Cada día
la soledad vuelve.
Necesito volver a reír,
volver a cantar,
volver a tener,
aquella tranquilidad,
y aquella seguridad
que tú me dabas.
Tu felicidad
junto a la mía,
era lo que necesitaba
pero tú te olvidaste de mí.
La furia y la rabia
me llenaron de rencor.
Yo quedé atrapada en el ayer
y quedé prescrita en el tiempo.

Paula Barroso Nieto

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